
Copérnico, el hombre que detuvo el Sol y movió la Tierra

Tal día como hoy, un 19 de febrero de 1473, vino a este mundo Nicolás Copérnico, en el seno de una familia polaca adinerada de comerciantes y funcionarios municipales –su padre era magistrado-, una combinación de riesgo. Para el pueblo.
Afortunadamente, el pequeño Nicolás no se vio atraído por la actividad familiar de intermediación comercial ni por la administración pública, aunque desempeñó algún carguito, dedicándose a cultivar el espíritu mediante el estudio y la observación analítica de cuánto le rodeaba y más allá. Incluso más arriba. Una forma de emprender la aventura de la ciencia.
Su tío, obispo católico, se ocupó de que el niño recibiera una sólida formación cuando quedó huérfano a los 10 años. Ignoramos si llegó a arrepentirse de ello, aunque fuera desde su tumba, a la vista de la que lio en el ámbito de la iglesia con sus descubrimientos astronómicos. Y encima heredó la enorme fortuna de su tío, que posteriormente invirtió en descubrir las “cosas” celestes, que no celestiales, incómodas para las doctrinas imperantes en la época.
Como en los siglos XV y XVI aún no se navegaba por el internet, con su exceso de información e infoxicación; ni se había inventado la televisión, con tertulianos que lo mismo opinan sobre sinergias naturales en la comunidad hormiguera que de futuras pandemias entre las colonias humanas en Marte en el siglo XXII, ni tenían móviles con jueguecitos de frutas y chats para pasar el rato, ni había gimnasios para ir a caminar sobre una cinta que gira y gira sin parar, los individuos con más inquietudes intelectuales no tenían otra opción que leer, estudiar, investigar, escribir y escudriñar su entorno con mirada curiosa (esta afirmación resulta algo pleonástica, pero no queda mal).
Gutenberg ya había inventado la imprenta tres décadas antes del nacimiento de Nicolás Copérnico, favoreciendo así la expansión de la cultura, pero no su riqueza personal, pues el impresor murió pobre.
De esta forma, Copérnico nunca permaneció ocioso y estudió humanidades, derecho canónico, medicina, matemáticas, latín, griego, filosofía, astronomía y otras disciplinas STEM y de letras -el orden es lo de menos- en varias universidades, como las de Bolonia, Cracovia, Ferrara,... Pintaba y escribía poesía, pero parece que ahí no se manejaba con soltura. Nadie es perfecto.
Fue clérigo canónigo por enchufismo meritorio, aunque solo recibió las Órdenes Menores, gestionando la administración de una diócesis desde un pueblo pequeño de nombre difícil, al norte de Polonia, donde residía y en el que se halló hace poco tiempo, ya entrado el actual siglo, la tumba del protagonista y que también tiene el honor de albergar el péndulo de Foucault, que no solo es el título de una novela de Umberto Eco. Más bien aburrida, pero hay gustos para todo.
Además de clérigo católico, fue economista de éxito, experto en inflación, resolviendo con sus doctrinas sobre la acuñación de moneda patria una crisis que por entonces afectaba a Polonia. Ejerció de jurista canónico, matemático, buen médico solidario con los desfavorecidos, diplomático, militar, gobernador de un castillo que intentaron asaltar unos señores teutones con estrepitoso fracaso pero, ante todo, fue científico y astrónomo.
A Copérnico le atraía el universo, el Sol -no tomarlo-, las estrellas, los planetas, los eclipses y todo lo que acontecía por encima de él.
¿Por qué resultaron tan polémicas las teorías de Copérnico?
El astrónomo llegó a la conclusión de que los planetas giraban alrededor del Sol y no como se creía hasta entonces, que la Tierra era el centro del universo y que todo daba vueltas alrededor de nuestro planeta. La iglesia, las cortes monárquicas, los terraplanistas que aún había y demás enterados colapsaron con las ideas de Copérnico. Descubrió, con la escasa tecnología existente en su tiempo, la observación empírica y muchos cálculos trigonométricos, que la Tierra giraba/rotaba sobre sí misma completamente en un día, en un ciclo de 24 horas, y que se trasladaba alrededor del Sol con una órbita que duraba un año. Y vuelta a empezar. También estudió la alineación y movimiento de los planetas y los eclipses usando la ciencia matemática.
La teoría heliocéntrica del sabio visionario polaco supuso toda una revolución científica, ampliamente rechazada por hipotética y chocar frontalmente con la dominante de su tiempo, el geocentrismo. No se podía asumir que la Tierra no fuera el centro de todo. Hasta los filósofos se pusieron en su contra.
«La de Copérnico era una ciencia que autorizaba a sus seguidores a tener una libertad de visión y audacia de opiniones desconocidas e insospechadas hasta entonces» afirmó Goethe.
Pero como Copérnico era temeroso de Dios, por usar un eufemismo, no se atrevió a publicar los resultados de sus investigaciones en vida. Su obra principal, “De revolutionibus orbium coelestium” (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), en donde se transcribe su principal teoría sobre el heliocentrismo, se publicó el mismo año que descansó en paz. Siempre se declaró creyente, a pesar de todo.
Posteriormente, Galileo y Kepler, y más tarde Newton, ya en el siglo XVIII, apoyarían sus descubrimientos. Galileo tuvo serios problemas con la Inquisición porque era menos temeroso que Nicolás.
Así como Copérnico es considerado el “fundador de la astronomía moderna”, Galileo es apodado el “padre de la astronomía”, también moderna.
«La de Copérnico era una ciencia que autorizaba a sus seguidores a tener una libertad de visión y audacia de opiniones desconocidas e insospechadas hasta entonces» afirmó Goethe.